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1.
Casi todos los domingos en la tarde, José llevaba a María a la Metrópoli. Él, con su camisa remendada. Sus pantalones estrechos. Ella. con su absurda delgadez. Sus cabellos en desorden. Su vientre prominente. José corría por las calles, como un chico. La arrastraba de kiosko en kiosko. De vitrina en vitrina. De cine en cine. De pronto se encontraron ante un enorme cartelón. ¿Cómo casarse con un millonario?, con Marilyn Monroe. "¿Entramos?" "¡Estás loco!" "¡Es muy caro!"
(Marilyn Monroe exhaló una sonrisa y agitó la cabellera fluorescente antes de sumergirse en la piscina de agua esmeralda. Bajo un cielo en technicolor. Nadó hasta el lado opuesto, en donde la esperaba un musculoso personaje, con una copa en la mano. Marilyn surgió del agua y humedeció apenas los labios en el dorado cáliz. Bajo el sostén henchido, los grandes senos le rebosaban de una insolente, californiana salud. José bajó la vista y observó la mano de María, tenazmente aferrada a su brazo. José la acarició tiernamente. Ella no era de película, pensó. Echó una mirada por la sala en penumbra y observó la cara de los espectadores: nadie perdía un solo movimiento de Marilyn. La inmensa criatura rubia se movía ante ellos con la gracia de una gata. Siempre en deslumbrante technicolor. Sus enormes labios pintados se abrieron en una sonrisa de porcelana, mientras sus ojos se cerraban en un brusco movimiento de cabellos hacia atrás. Descansó un instante sobre la perezosa a rayas verdes, amarillas, natanja, y ante la apremiante corte del atleta, se zambulló de nuevo en la piscina. Nadó lentamente bajo el agua. Moviendo los brazos y las piernas sobre la cabeza del público. Luego recorrió toda la platea llena de humo. Susurrando apenas, con su voz de niña, el estribillo de Diamonds are the girl's best friends. Algunos espectadores se habían puesto de pie y trataban de tocarla. Pero la sirena se deslizaba siempre hacia el extremo opuesto de la sala, con un simple movimiento de los pies. Fue entonces que, ante el asombro de José, el cuerpo bronceado de Pedro penetró en el agua con una perfecta zambullida y enlazó a Marilyn por la cintura. Nadaron así algunos segundos, para terminar luego estrechamente abrazados en un largo beso acuático. Con las letras de la palabra FIN impresas en las rosadas nalgas de la estrella.)
Eielson, Jorge E. Primera muerte de María, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 1988. pp. 80 - 81.
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2.
Humareda: Hay cosas que suceden por sí solas, donde nadie puede intervenir. Es algo que simplemente tiene que suceder. Así se creó todo: el amor, la muerte... Uno tiene que conformarse con verlas ocurrir y, si se puede, transcurrir. Ya te dije y te lo repito: no busco la felicidad, busco el color. Es mi condena. Busco el color. El color.
Arlequín: Voy a salir a buscarla, Señor. Tal vez se dio cuenta de que la seguía y se arrepintió de entrar. Voy corriendo a alcanzarla y le diré que usted la está esperando.
El Arlequín se fue. Marilyn salió de la penumbra en la que se había escondido: Ya se fue -dijo suspirando con alivio, llevaba un vestido blanco con escotes que mostraba sus encantos.
Humareda: Sí, cariñito. Y estoy seguro que ya no vuelve hasta mañana.
Marilyn: "¿Cariñito?", ¡tu puta! -empezó a sacar la furia.
Humareda: ¿Qué quieres? Hace semanas que no salgo, no vendo ni un cuadro hace meses, no tengo ni un podrido sol.
Marilyn: ¡Ja! Miren al pobrecito artista; mírenlo cómo sufre, y seguramente yo soy la culpable, ¿no? Yo soy la mujerzuela que lo sangra... ¡Ja! ¡Hipócrita!
Humareda: Nunca te he pedido que hagas todo lo que haces por mí. Y menos te he prometido algo. Te puedes ir si quieres, como siempre lo has hecho además. Cuando quieras, cariñito, allí está la puerta abierta. Esta puerta siempre está abierta. Ya no te preguntaré adónde vas, qué vas a hacer en la calle. ¡Bah! Empezar esta discusión me parece ridículo. Siempre me ha parecido absurdo discutir de estas cosas, simulando una unión que no tenemos. Somos libres, ¿no es cierto? Sartre, recuerda lo de aquel viejo sapo. Entonces seámoslo siempre -rió el pintor, y eso exasperó aún más a Marilyn.
Marilyn: Eso es lo que siempre he escuchado de ti. A veces pienso que estoy muerta, que para ti yo soy algo antiguo y muerto. Está bien, dices que "la libertad es la mejor arma para matar el pasado", pero por eso mismo podríamos empezar de nuevo. Tú pintando, yo encargándome de colocar tus cuadros en las galerías. Podríamos hacer mucho dinero; con ese dinero viajar allá donde están tus amigos muertos, tus señoritas muertas, tus sueños muertos; con ese dinero podríamos hacer revivir y bailar juntos en el Moulin Rouge, bailar interminablemente, una danza de colores como cuando te veo bailar solo en tus pesadillas, y yo me contento con simplemente mirarte, y sé que finges estar allá con todos tus célebres invitados, y yo también finjo entrar por tu inexpugnable puerta. El amor es algo que nunca aceptarás de mí, ni de nadie; prefieres apretarte la garganta con esa enorme corbata de payaso comprada en Tacora. Mil veces prefieres engañarte creando una ilsuión alrededor de ti. Mi enanito, los que te alaban lo hacen sólo para sacar algún provecho de tu genial locura, de ese maldito arte que no sabes cómo administralo. Solamente cuando te sientes flaquear me pides ayuda, no lo gritas, no, ni siquiera un gemido haces. Tu soberbia me lo impide. Y yo, como aquello que no te atreves a nombrar, ¡como una pua!, tengo que hacer hasta lo que más detesto, modelar para los almanaques. Claro, ahora dices que somos libres, que cante y baile desnuda el Himno Nacional para complacerte. ¡Ja, ja!
Humareda: Yo únicamente deseo que vayamos más allá de todo, inclusive de este Hotel, pero conscientemente, es decir, más allá de nuestra naturaleza, de nuestra voluntad. Y en algún lugar volvernos a encontrar.
Mailyn, luego de un largo silencio: Y si nos volvemos a encontrar, si todo fuera como la primera vez, ¿me amarías?
Humareda: No, no comprendes, ya te amo. Tú sabes que me es imposible dejar de amarte, esa es mi condena.
Marilyn: ¿Entonces, por qué tendríamos que abandonarnos?
Humareda: Porque eso significaría que nuestros corazoncitos aún son capaces de deslumbrarse sin la obligación de ser felices. Significaría que este Hotel puede todavía brindarnos nuevos colores, otras contemplaciones a la hora de mirar un ave que pasa sin rumbo arriba de este techo o en frente de esta ventana. ¡Volavérunt!
Marilyn: Eso suena al renacer de los mitos. Y de mitos ya estoy hasta aquí.
(...)
La luz de la calle iluminaba buena parte de la habitación; del amarillo de afuera, casi anaranjado, se convertía adentro en algo verde, dejando de ver ahora a los espectrales visitantes que aparecían y desaparecían: Velásquez, Rembrandt, Toulouse Lautrec. Picasso, Daumier, Piero Della Francesca, Cézanne, Greco, Delacroix, Goya, Tiziano, Monet, Renoir, Van Gogh y Gauguin. Humareda, en la penumbra, estaba sentado en su viejo sillón roto, el sillón Sócrates, en lugar de una sus patas tenía un ladrillo. El Maestro estaba más despeinado y maltrecho que nunca. inmóvil tenía cruzadas las piernas, uno de sus toscos zapatos colgaba. Marilyn, a dos metros, yacía en el suelo, junto a la ventana, donde le caía directamente la luz pálida de afuera. Todas las pinturas estaban desparramadas en el piso. Las botellas, los baldes, los chisguetes habían sido vaciados. En ese momento el Arlequín entró y viendo aquel espeluznante cuadro gritó: "¡Dios mío! ¿Qué sucedió aquí? ¡Está muerta! ¡La ha matado con esas gruesas manos! Ahora esas manos son de un asesino". E inclinándose al cuerpo de ella, siguió: "¡Por qué! Pobrecita... Aún estando muerta sigue siendo bella..." Queriéndola tocar: ¡Pero qué bella es!
Humareda: Ella quería ver el cielo desde mi ventana. Quería estar en mis lágrimas, tomar el cielo para los dos... No lo entiendes... A mí también me costó entenderla, su risa sin lógica, su vestido blanco, ¿o rojo?, su fondo verde, su sombrero de plumas. Ahora verás cómo volamos juntos. ¿Recuerdas Los borrachos?: uno grita, habla todo el tiempo, mientras el otro con gorra... y en su hombro llora una prostituta, todo en grises... Mira sus hermosas alas, ya empiezan a agitarse... Es el amanecer... Empiezan a aparecer los colores...
El pintor cada vez hablaba con mayor dificultas y a baja voz, musitando, hasta que ya se le escuchó nada.
Ildefonso, Miguel. Hotel Lima, Lima, Mesa Redonda, 2006. pp. 117 - 120.
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3.
De entre todo este triste, melancólico bazar de residuos urbanos, no podía surgir sino ella: Marilyn Monroe, la muerta de hambre de amor, la suntuosa paria del ensueño prefabricado. La realicé en blanco y negro: una fotografía, en escala natural, de su rostro, un sostén-senos que arranqué de un largo traje negro de satén negro, relleno y pegado sobre el plano de la tela, y el resto de su cuerpo, hasta la cintura, pintado suscintamente, como una sombra, sin contorno ni volumen, como las temblorosas imágenes del cine mudo. Mi visión de Marilyn muerta fue, pues, la de un espectro de celuloide. Lo exacto contrario a la solar criatura que tanto adoré. Y que siempre consideré de carne y hueso (...)
Eielson, Jorge. Primera muerte de María, México D. F., Fondo de Cultura Económica, 1988. pp. 82.
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4.
Me encuentro con Marilyn dentro del ascensor.
Está radiante de belleza, no hay diálogo.
Tiene un cuerpo bellísimo pero no la puedo tocar.
La puedo mirar.
Ella también me mira y me doy cuenta que su boca
es en forma de corazón.
Está provocativa pero no nos hablamos.
Sus ojos son lánguidos.
Escrito el 5 de febrero de 1984
Víctor Humareda
Puno, 1920 - Lima, 1986.
Ildefonso, Miguel. Hotel Lima, Lima, Mesa Redonda, 2006, pp. 147.
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